martes, 1 de julio de 2014

Y que la fuerza del sonido nos acompañe.



Llegué de noche.

Caminamos juntos a su casa con la emoción de la espera, de la curiosidad desvelada.
Me abrió la puerta de su hogar y encendió las luces del departamento. Había puro nervio en mi cuerpo. Nunca había estado a solas con un hombre casi desconocido, compartiendo su intimidad. Encendió la Mac y se fue directo al reproductor de música. 

Desde el primer día que lo vi quise tener algo con él, lo que fuera. A punto de consolidar mi deseo, me humedecí los labios con el líquido de la lata del Jack que compré para iniciar el festival de deshinibiciones.

Entre el pensamiento y la emoción me perdí un rato mirando sus cosas. Si no lo volvía a ver, necesitaba llevarme por lo menos el recuerdo de su esencia.

Así andaba, alimentando mis ojos cuando... escuché. Lo miré y hablamos. Partí mi atención en dos: sus  ojos y el soundtrack de la noche.

Hoy recuerdo ese momento con amor profundo. Él no sabía. No tenía idea de que durante la odisea nocturna, la música que coloreó nuestros momentos era la banda sonora de mi infancia: Oasis, UNKLE, Pulp, Ian Brown... Todo estaba ahí. Perfectamente envuelto en papel de fiesta, adornado con un listón rojo y listo para ponerle play.

Lo confesé recientemente: Su música me hace amarlo. Su música le pone nombre a mis sentimientos, a los recuerdos más transparentes. Su música me inspira. Me alegra, me entristece.

Para muchos, sus padres, tíos o hermanos les muestran el camino en cuanto a sonidos se refiere. Él me llevó de la mano por la historia del rock: Led Zepellin, Eric Clapton, The Who, Rolling Stones, The Beattles. Y cada canción es nuestra historia. Cada lírica es un día, una experiencia.

La gente que se dedica a la creación de este mundo de momentos refleja un estado mental y emocional determinado. La magia del sonido en el punto exacto es personal, accesible a un movimiento de la mano. La música nos acompaña y envuelve. Es noble y flexible a la vida de todos. Es suya y es nuestra, es mía, es tuya. Es magia que se escucha.

Cierro con una nueva máxima de Damon Albarn: "If lonely, press play"... y que la fuerza del sonido, y sus experiencias, nos acompañe.

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